martes, 24 de enero de 2012

Dios responde una oración

Hace unos años atrás, en mi segunda visita al Ecuador; estaba regresando a Argentina, y pasaron muchas cosas que desde el punto de vista humano podríamos decir que eran malas o contrarias a mis planes. Un año antes había comprado un pasaje aéreo, abierto por un año, en una aerolínea que quebró y perdí mi boleto de regreso. Otra aerolínea absorbió a ésta y traté de recuperar mi pasaje por ese lado, pero no tuve éxito. Tuve que pedir a la iglesia de Posadas, en Argentina que me ayudará y los hermanos de allí compraron un pasaje nuevo. Todo ese mes previo al viaje pasé de trámites en trámites para ver si lograba algo con mi boleto. Pero al fin llegó el día del regreso, estaba agotado y frustrado, la tensión ya me había hecho pelear con algunas personas dentro y fuera del ministerio en el que estaba colaborando. Y sólo quería ir a casa, me sentía tan agobiado por la situación que ya estaba considerando irme por tierra.

Es mañana, tuve que estar muy temprano en el aeropuerto, el vuelo salía a las 6 de la mañana y debía presentarme a las 4. Un amigo me llevó y me dejó en la entrada, se despidió y se fue. Yo daba gracias porque al fin podía irme. Me gustaba mucho Ecuador y deseaba servir a Dios en ese país, pero la situación me llevó a querer salir lo antes posible.

Mis maletas ya habían pasado el control, mi tiquete estaba sellado y estaba en la ventanilla de migración cuando me dijo un oficial que no podía abandonar el país, porque mi pasaporte no tenía sellado el permiso de salida del país. ¿Permiso de salida?, pregunté. Me contestó enfáticamente: “sí, usted estuvo viviendo en nuestro país por más de tres meses y ya no es turista sino ciudadano, por lo tanto al igual que el resto de los habitantes del Ecuador, debe solicitar un permiso de salida del país en las oficinas de policía de migración”.

Realmente no lo podía creer, ¿era yo?, ¿justo a mí?, ¿Dónde estaban las cámaras ocultas? Porque para mí era todo una broma. De pronto se acercó un oficial de aduanas con mis maletas y me acompañó hasta la puerta. No sabía si llorar, reírme o esperar que alguien me ayude. Pero ya estaba en la vereda, tenía que ir a algún lugar. Tomé un taxi y fui a la casa de un amigo que vivía por Cotocollao, un barrio cercano al aeropuerto. Desde allí llamé a la empresa aérea y pude tener otro boleto para el día siguiente. Fui a la oficina de policía de migración y obtuve el permiso de salida. Eran las tres de la tarde y estaba listo para viajar, pero debía nuevamente presentarme a las 4 de la mañana y hacer todo el chequeo de las maletas etc., etc.

Temprano estuve en el aeropuerto, ahora sí, al fin me iría; pasé el chequeo de maletas, pasé migración, porque tenía el “permiso de salida” y mientras esperaba en el lobi, me reía y preguntaba por qué tanta contrariedad.  De repente comenzamos a abordar. Ya estaba en mi asiento, justo el que está sobre el ala, que no te permite ver nada, pero no me importaba. Unos asientos más atrás estaba un joven con una Biblia en la mano, con la actitud de oración, simplemente lo miré, estaba tan contento de estar ya en el vuelo, que nada me asombraba. El avión comenzó a moverse y sentía un respiro en mi alma porque esta vez sí me estaba yendo. Pero pareciera que todo se puso contra mí; no sé cuantos eran en ese avión, pero todo el mundo estaba en mi contra, porque cuando estábamos en la pista, el capitán de vuelo informó que debíamos esperar unos minutos por un pequeño desperfecto.

Ya iba por la cuarta taza de café, y el capitán informó que el desperfecto no era tan pequeño y debíamos regresar al puerto, estuvimos otros 45 minutos y el capitán volvió a hablar, esta vez para pedirnos que bajáramos de la nave. Yo comenzaba a sentirme como Jonás; pensaba si salgo del avión no hay peces gigantescos pero podría haber un cóndor que me coma. En el counter comenzaron a enviar a los pasajeros a otras aerolíneas que cubrían las mismas rutas. Y ninguna iba a Argentina; yo debía ir a Panamá y allí hacer la conexión para Buenos Aires. La señorita me dijo muy gentil, debe quedarse en Quito y volver mañana para el próximo vuelo. Yo  no fui muy amable al decirle que no me iba a ir, que ellos debían ubicarme en un vuelo de regreso a Argentina. Me pidió que esperara, que ellos iban a enviarme a Panamá y allí debía tomar el siguiente vuelo a Buenos Aires.

Seguía preguntándome si no había confesado algún pecado por lo que me estaba pasando, llevaba más de un mes con la intensión de regresar a mi casa y no podía hacerlo; debo confesarlo que me sentía molesto con Dios.

Eran las 10 de la mañana, llevaba 6 horas en el aeropuerto, como 15 tazas de café y sin conocer a nadie. Vi nuevamente al joven con la Biblia y me acerqué a él, le pregunté cómo estaba y cuanto tiempo llevaba leyendo la Biblia. Me dijo: “no hace mucho, mi amigo me habló de Jesús y lo recibí como Salvador, pero recién estoy aprendiendo a leer la Biblia, no me despego de ella”. El joven era de Republica Dominicana, un músico que había venido con una banda de Jazz, uno de sus compañeros de banda le habló de Jesucristo. Pude conocer al que le había enseñado el camino de la salvación. Un hombre moreno de gran estatura, saxofonista. Me contó que al terminar sus presentaciones siempre compartía de su fe con el público y compañeros de banda. Que el joven era su discípulo.

Luego las preguntas vinieron en mi dirección y le conté un poco de mi vida y todo lo que me había ocurrido, los problemas que tuve y la situación tan penosa en la que me encontraba. Me dijo: ¿puedo hacerte una pregunta?, claro que sí, si puedo respondértela con mucho gusto.

-    ¿En nombre de quién debemos bautizarnos? – preguntó con un poco de temor y continuó - ¿en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo o en el nombre de Jesús?
-    Es la misma cosa – le respondí – ambas están bien.

Me contó que su iglesia en Santo Domingo se estaba dividiendo porque algunos decían que debían bautizarse sólo en el nombre del Señor Jesús. Le expliqué que el mandato de la gran comisión decía que debíamos bautizar en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo y que el apóstol Pedro en el libro de los Hechos predicaba y decía que se bauticen en el nombre de Jesús, pero que ambos bautismos estaban correctos. La palabra bautismo significa “insertar o incorporar”, que al bautizarse uno mostraba su conversión a Cristo. Que es una forma de identificación con los demás de la fe que uno tenía en el Señor. Y que, en los tiempos de los apóstoles muchos se bautizaban para seguir a algún maestro, por ejemplo, Juan bautizó para arrepentimiento, y muchos decían que eran del bautismo de Juan. Por eso Pedro exhortaba que se bauticen en el nombre de Jesús, identificándose de esa manera con Él.

Luego de una conversación de 25 minutos. Se sonrío y me dijo: ¿sabes? Hace 6 meses estaba orando, pidiendo a Dios que alguien me explique este tema y Dios detuvo este avión para que tú puedas aclarármelo hoy.

En ese momento me sentí la cucaracha más pequeña del mundo. Yo me quejé y quejé del Señor, pero Él tenía algo más grande, no para mí, sino para aquel que llevaba meses orando. Podría haber utilizado a otro, quizá uno más espiritual que yo, con mejor preparación, con más experiencia. Pero sé también que era una lección para mí. Yo debía aprender que Dios tiene un propósito en cada cosa, en cada situación, nada viene por azar. Si miraba mi entorno no era favorable, pero según mi perspectiva, en cambio Dios había planeado todo muy minuciosamente para que este hermano de Republica Dominicana tuviera una respuesta y yo una lección.

No todas travesías son placenteras pero todas llegan al destino que Dios determinó para cada uno. Gracias Dios por ese día, por tu gracia al haberme usado en algo tan grande y yo siendo tan chico. Espero un día ver en la gloria a aquel hermano que no recuerdo ni el nombre, pero el Señor sí.

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